Cada minuto delante del espejo encuentro un nuevo defecto, 15 minutos para vestirme sin encontrar nada con lo que sentirme a gusto, termino por fin, grito a mi madre a lo lejos la excusa del tiempo para no desayunar y cojo el autobús dos paradas mas lejos de lo normal para caminar así quemare calorías cada caloría quemada es un puñado de peso menos en mi vida, pero se me hace cada vez mas pesada de llevar.
Llego a casa al medio día sin probar bocado, pero tampoco tengo hambre una nueva meta cumplida, mi voluntad se endurece. Llega la hora de la comida con la familia, odio el plato que tengo delante y todo lo que contiene, cien minutos pasan y yo sigo sin probar bocado, los comentarios de de los que me rodean en la mesa empiezan, las historias del hambre en África se repiten otra vez. Entonces pienso que si me manifiesto en huelga de hambre contra la pobreza mundial respetaran mi decisión de comer solo lo necesario. Pero lo dudo. Recuerdo a mi profesora de ballet repitiendo una frase en latín que se podría interpretas como “lo que me nutre me destruye”, no he podido olvidarlo.
Con cada cucharada siento que mastico arena y cuando logro tragarlo es cal viva que me quema. Termino, y el dolor dentro de mí se expande cuando me miro en espejo del pasillo. Tengo que esperar a que todos dejen la mesa me retiro despacio como un delincuente, me acerco al baño y empiezo con la rutina de costumbre. Abro el grifo al máximo y me arrodillo junto al cómplice de mi crimen, mi mano actúa automáticamente para deshacerse del sobrante alimenticio.
Finalizo y al levantarme de repente un mareo hace que me siente en el borde de la bañera y me sujete a la mampara del baño. Cuando recupero la estabilidad de mis piernas doy tres pasos hasta la báscula, quien se ha convertido en mi amante y mi verdugo. Hoy ha sido piadosa me ha regalado una sonrisa equivalente a 49 kilos pero la lucha continua.
Cierro el grifo y camino despacio hacia mi habitación me siento delante del ordenador y abro el navegador en busca de la compañía de quien como yo, bajo el lema del foro “es posible que nunca llegaremos a la perfección pero moriremos intentándolo”luchamos contra natura, nunca pude imaginarme cuan lejos llevarían esta frase algunas de mis compañeras de miedos y fobias.
Leo un mensaje de la página principal que decía:
“hoy he ido de compras y no he podido entrar en una 36, me siento fatal estuve a punto de llorar cuando la dependienta se acerco con una 38 he seguido todas las dietas y no logro reducir nada mas, ayudadme”
De pronto mis recuerdos golpearon mi pecho, yo si había llorado cuando no pude subirme unos pantalones de la talla 38.
Así empezó toda la pesadilla, mi viaje hacia el infierno, la búsqueda de información sobre como morir lentamente. Desde ese momento mis inseguridades tomaron el control. El tiempo pasa y mi tesón va en aumento, utilizaba la frase de Balzac cada mañana como una carcajada irónica a mi vida “la resignación es el suicidio cotidiano”.
La ropa de hace un año resbala por su propio peso sin un cinturón amigo que sujete lo que por gravedad debería caer.
Mi armario ha quedado mermado, el vació ya es considerable. Mis amigos se han beneficiado de las prendas no usadas, pero sienten que cada día me pierden: me han llamado la atención sobre mi locura cuenta calorías y están cansados de escuchar cuantos minutos me dedico a hacer ejercicio o lo mal que me sienta esta u otra prenda.
Pasa el tiempo y dejan de llamar a mi puerta.
Mi mayor pesadilla es acercarme a la nevera mis ataques de ansiedad se han disparado en media hora he terminado con la comida de la semana, todos se sorprenden pero no dicen nada. Mi irascibilidad tampoco lo permite, ya nadie me habla, todos temen una explosión de rabia.
Y después de comer este sentimiento de culpa, me insulto y me humillo delante del espejo y entonces viene solo, la liberación.
Con el tiempo controlo los ataques haciéndome daño. Los pequeños cortes liberan la ansiedad, cada día se convierte en una escena de tortura a escala diminuta como si miles de liliputienses padres de la inquisición me visitaran por las tardes. Por la mañana todo esta mucho mas tranquilo, en clase no hablo con nadie las horas se suceden y yo lo único que tengo que hacer es estudiar algo con lo que nunca he tenido problemas.
Los días pasan y mis fuerzas abandonan mi cuerpo. Mis padres discuten otra vez y los escucho desde la puerta del baño, pensaba que ajustándome a su modelo de perfección las cosas en casa funcionarían, pero no lo he logrado; soy un fracaso, me repito mientras camino hacia mi habitación.
La debilidad se apodera de mi cuerpo, la cabeza me da vueltas y choco contra el escritorio, suena un crack y caigo al suelo, el dolor me recorre y no puedo respirar, se apagan las luces.
Despierto en una habitación solo siento miradas en mi cuerpo. Habla mi madre explicándome que estoy enferma que no puedo irme a casa, solo entiendo algo de 45 kilos y una rotura en el pie derecho. Pienso que la enfermedad que intenta explicarme se debe a la escayola y que mañana podré volver a casa, pero entonces ¿por que el llanto?
Otra vez apagan las luces.
Despierto en otra habitación. Esta vez me encuentro a mi padre hablando con un médico en la puerta, entran y se posicionan cada uno a un lado de la cama. Detallan la enfermedad y me piden que conteste a varias preguntas pero no pueda, mi voz ha escapado de mi garganta. Ha huido y me ha dejado sin defensa, el miedo me hace su presa y me acorrala. Mis manos tiemblan, ellos lo notan y se marchan mirándome con indulgencia.
Hoy, me han obligado a comer me tienen vigilada he visto incluso una cámara dentro de la habitación. Mi madre regresa por la tarde y empieza a contarme el diagnostico de nuevo, entonces lo entiendo.
Mi camino hacia la perfección se derrumba y caigo.
Me explican que tengo permanecer en aquella planta del hospital hasta que coja algo de peso afronte mi situación y acepte poco a poco mi enfermedad.
La estancia en la tercera planta del hospital son recuerdos casi olvidados, una semana en compañía de la nada y solo vienen a mi mente imágenes de comida y la fuerza utilizada por las enfermeras para alimentarme, solo podía resistirme durante un tiempo el esfuerzo era excesivo para mi cuerpo o lo que quedaba de el.
El regreso a casa me sorprendió mas, todos los espejos estaban cubiertos o los habían retirado. Esa noche no visite el baño y me sentí por un momento liberada.
Han pasado tres meses y puedo ver mi reflejo otra vez, me siento como una extraña pero me siento. A mi misma sin restricciones ni prohibiciones, siento que al final del camino he conseguido ser yo misma sin la búsqueda de algo superficial.
Desde hoy se que el camino es largo, tengo sesiones que me ayudan a sentirme a gusto con los demás, pero creo que estoy consiguiendo lo que con más dificultad podía hacer, estar a gusto conmigo.