lunes, 24 de noviembre de 2008

el hombre que ladraba a los perros

La puerta entre abierta dejaba que los sonidos de la habitación contigua se escuchasen con claridad. Mario sentado sobre la cama no dejaba de preguntarse el por que de la crueldad del acto que su hijo estaba cometiendo con el. Sus lágrimas resbalaron por su cara mientras las arrugas se las tragaban.

Mario estaba a punto de ser abandonado en un lugar tan frió y desolador llamado centro de la tercera edad, un lugar donde terminaría sus días con la única compañía de una radio muy alta y de enfermeros que disfrazan de cariño lo que en realidad es compasión.

Él no entendía por que aquella persona en quien tantos desvelos y cuidados había puesto ahora k los sueños de su hijo iban cumpliéndose uno a uno tenia que deshacerse del primer pilar que concibió, su padre.

Mario abatido y herido se encontraba a las puertas del asilo, a unos tres pasos de un mundo desconocido y asolador, dio dos pasos y paró. Su mente empezó a viajar hacia el último momento que recordaba feliz. Al mismo tiempo que su mente recorría tiempo atrás los árboles de su recuerdo crecían a su alrededor, el césped era mas verde, el aire olía diferente todo se transformó hasta volver a ese lugar mágico de su adolescencia y juventud su pueblo, Patones. Un nombre ridículamente gracioso para algo tan serio que se estaba construyendo en su cabeza.

A un paso de la que seria su nueva “residencia”, Mario sintió de nuevo lo que era el cariño y la amistad aunque solo fuesen sus recuerdos. Mario no dio ni un solo paso mas recogió la aleta que esperaba sobre la acera y busco un taxi que la llevara hasta la estación de autobuses; no tuvo que esperar mucho.

Cuando llego a la estación de autobuses todo estaba mas claro nada empañaría esa sensación de autosuficiencia, porque podría ser la ultima.

En el autobús el tiempo paro de repente y todo aquello a lo que temía se esfumo, ¿Quién dijo que huir no era la solución? Soltó Mario con una carcajada y en alto, muy alto para que todos fuesen cómplices de su huida.

Aquella seria su ultima aventura pero no porque el tiempo se agotase, si no por que no tendría que arriesgarse mas desde ahora solo pediría descanso un ultimo stop a la carrera.

Mario bajo con cuidado del autobús absorbiendo con la mirada todo cambio reciente, el lugar no era exactamente como lo recordaba, para ser correctos no se parecía en nada, pero a él no parecía importarle al contrario se mostraba ilusionado con todo aquel cambio. Su mirada terminó posándose en el único lugar del que aun mantenía propiedad, una pequeña casa muy cercana al ayuntamiento y centro de todo aquel alboroto.

Su maleta reposaba sobre la mesa del comedor mientras Mario paseaba por su pueblo reconvertido pronto reconoció caras amigas, en cada paso que daba una nueva sensación lo embargaba, estaba tan lleno de vida.

Su mano que momentos antes limpiaron su cara de lagrimas de dolor ahora retiraban gotas de alegría, nunca se imagino tan bien recibido, tan acogido, tan querido. La historia de su huida fue expandida por el pueblo a la velocidad de tender la ropa en las terrazas y de la tercera copa en los bares.

Pronto la historia de Mario se vio reflejada en la de tantos otros que permanecían allí por la falta de cariño, atención y entendimiento familiar; todas las historias con un marco común la soledad, vacía, persistente y desoladora.

Las tardes de conversación en el pueblo eran cada vez más numerosas y más gente estaba interesada en solventar pequeños problemas en la vida de estos nuevos furtivos de hogares.

Todos entablaron así una especie de sociedad donde el abandono no tenía cabida donde la desesperanza tampoco y donde la soledad nunca era nombrada.

El más joven de aquella hermandad tenía 55 años prejubilado y sin trato alguno con su familia.

Todos tenían mil cosas diferentes y solo cientos en común pero eran fuertes, muy fuertes.

Poco a poco la casa del pueblo fue tomada por un grupo conducido por un bastón y sus iniciativas hacían tanto ruido y llamaban tanto la atención que eran las primeras en ser tomadas en cuenta.

La navidad llego y con ella el hijo de Mario quien golpeo la puerta de la casa del pueblo y amenazo con echarla abajo, sus gritos como ladridos de perros de nada sirvieron ahora ya no hablaba con su padre al que dejo en frente de un asilo, ahora hablaba con el presidente de un grupo de presión del gobierno del pueblo donde habita, y un hijo ilustre de donde mora.

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