lunes, 24 de noviembre de 2008

Nadie dijo que era fácil ser una princesa

Cada minuto delante del espejo encuentro un nuevo defecto, 15 minutos para vestirme sin encontrar nada con lo que sentirme a gusto, termino por fin, grito a mi madre a lo lejos la excusa del tiempo para no desayunar y cojo el autobús dos paradas mas lejos de lo normal para caminar así quemare calorías cada caloría quemada es un puñado de peso menos en mi vida, pero se me hace cada vez mas pesada de llevar.

Llego a casa al medio día sin probar bocado, pero tampoco tengo hambre una nueva meta cumplida, mi voluntad se endurece. Llega la hora de la comida con la familia, odio el plato que tengo delante y todo lo que contiene, cien minutos pasan y yo sigo sin probar bocado, los comentarios de de los que me rodean en la mesa empiezan, las historias del hambre en África se repiten otra vez. Entonces pienso que si me manifiesto en huelga de hambre contra la pobreza mundial respetaran mi decisión de comer solo lo necesario. Pero lo dudo. Recuerdo a mi profesora de ballet repitiendo una frase en latín que se podría interpretas como “lo que me nutre me destruye”, no he podido olvidarlo.

Con cada cucharada siento que mastico arena y cuando logro tragarlo es cal viva que me quema. Termino, y el dolor dentro de mí se expande cuando me miro en espejo del pasillo. Tengo que esperar a que todos dejen la mesa me retiro despacio como un delincuente, me acerco al baño y empiezo con la rutina de costumbre. Abro el grifo al máximo y me arrodillo junto al cómplice de mi crimen, mi mano actúa automáticamente para deshacerse del sobrante alimenticio.

Finalizo y al levantarme de repente un mareo hace que me siente en el borde de la bañera y me sujete a la mampara del baño. Cuando recupero la estabilidad de mis piernas doy tres pasos hasta la báscula, quien se ha convertido en mi amante y mi verdugo. Hoy ha sido piadosa me ha regalado una sonrisa equivalente a 49 kilos pero la lucha continua.

Cierro el grifo y camino despacio hacia mi habitación me siento delante del ordenador y abro el navegador en busca de la compañía de quien como yo, bajo el lema del foro “es posible que nunca llegaremos a la perfección pero moriremos intentándolo”luchamos contra natura, nunca pude imaginarme cuan lejos llevarían esta frase algunas de mis compañeras de miedos y fobias.

Leo un mensaje de la página principal que decía:

“hoy he ido de compras y no he podido entrar en una 36, me siento fatal estuve a punto de llorar cuando la dependienta se acerco con una 38 he seguido todas las dietas y no logro reducir nada mas, ayudadme”

De pronto mis recuerdos golpearon mi pecho, yo si había llorado cuando no pude subirme unos pantalones de la talla 38.

Así empezó toda la pesadilla, mi viaje hacia el infierno, la búsqueda de información sobre como morir lentamente. Desde ese momento mis inseguridades tomaron el control. El tiempo pasa y mi tesón va en aumento, utilizaba la frase de Balzac cada mañana como una carcajada irónica a mi vida “la resignación es el suicidio cotidiano”.

La ropa de hace un año resbala por su propio peso sin un cinturón amigo que sujete lo que por gravedad debería caer.

Mi armario ha quedado mermado, el vació ya es considerable. Mis amigos se han beneficiado de las prendas no usadas, pero sienten que cada día me pierden: me han llamado la atención sobre mi locura cuenta calorías y están cansados de escuchar cuantos minutos me dedico a hacer ejercicio o lo mal que me sienta esta u otra prenda.

Pasa el tiempo y dejan de llamar a mi puerta.

Mi mayor pesadilla es acercarme a la nevera mis ataques de ansiedad se han disparado en media hora he terminado con la comida de la semana, todos se sorprenden pero no dicen nada. Mi irascibilidad tampoco lo permite, ya nadie me habla, todos temen una explosión de rabia.

Y después de comer este sentimiento de culpa, me insulto y me humillo delante del espejo y entonces viene solo, la liberación.

Con el tiempo controlo los ataques haciéndome daño. Los pequeños cortes liberan la ansiedad, cada día se convierte en una escena de tortura a escala diminuta como si miles de liliputienses padres de la inquisición me visitaran por las tardes. Por la mañana todo esta mucho mas tranquilo, en clase no hablo con nadie las horas se suceden y yo lo único que tengo que hacer es estudiar algo con lo que nunca he tenido problemas.

Los días pasan y mis fuerzas abandonan mi cuerpo. Mis padres discuten otra vez y los escucho desde la puerta del baño, pensaba que ajustándome a su modelo de perfección las cosas en casa funcionarían, pero no lo he logrado; soy un fracaso, me repito mientras camino hacia mi habitación.

La debilidad se apodera de mi cuerpo, la cabeza me da vueltas y choco contra el escritorio, suena un crack y caigo al suelo, el dolor me recorre y no puedo respirar, se apagan las luces.

Despierto en una habitación solo siento miradas en mi cuerpo. Habla mi madre explicándome que estoy enferma que no puedo irme a casa, solo entiendo algo de 45 kilos y una rotura en el pie derecho. Pienso que la enfermedad que intenta explicarme se debe a la escayola y que mañana podré volver a casa, pero entonces ¿por que el llanto?

Otra vez apagan las luces.

Despierto en otra habitación. Esta vez me encuentro a mi padre hablando con un médico en la puerta, entran y se posicionan cada uno a un lado de la cama. Detallan la enfermedad y me piden que conteste a varias preguntas pero no pueda, mi voz ha escapado de mi garganta. Ha huido y me ha dejado sin defensa, el miedo me hace su presa y me acorrala. Mis manos tiemblan, ellos lo notan y se marchan mirándome con indulgencia.

Hoy, me han obligado a comer me tienen vigilada he visto incluso una cámara dentro de la habitación. Mi madre regresa por la tarde y empieza a contarme el diagnostico de nuevo, entonces lo entiendo.

Mi camino hacia la perfección se derrumba y caigo.

Me explican que tengo permanecer en aquella planta del hospital hasta que coja algo de peso afronte mi situación y acepte poco a poco mi enfermedad.

La estancia en la tercera planta del hospital son recuerdos casi olvidados, una semana en compañía de la nada y solo vienen a mi mente imágenes de comida y la fuerza utilizada por las enfermeras para alimentarme, solo podía resistirme durante un tiempo el esfuerzo era excesivo para mi cuerpo o lo que quedaba de el.

El regreso a casa me sorprendió mas, todos los espejos estaban cubiertos o los habían retirado. Esa noche no visite el baño y me sentí por un momento liberada.

Han pasado tres meses y puedo ver mi reflejo otra vez, me siento como una extraña pero me siento. A mi misma sin restricciones ni prohibiciones, siento que al final del camino he conseguido ser yo misma sin la búsqueda de algo superficial.

Desde hoy se que el camino es largo, tengo sesiones que me ayudan a sentirme a gusto con los demás, pero creo que estoy consiguiendo lo que con más dificultad podía hacer, estar a gusto conmigo.

el hombre que ladraba a los perros

La puerta entre abierta dejaba que los sonidos de la habitación contigua se escuchasen con claridad. Mario sentado sobre la cama no dejaba de preguntarse el por que de la crueldad del acto que su hijo estaba cometiendo con el. Sus lágrimas resbalaron por su cara mientras las arrugas se las tragaban.

Mario estaba a punto de ser abandonado en un lugar tan frió y desolador llamado centro de la tercera edad, un lugar donde terminaría sus días con la única compañía de una radio muy alta y de enfermeros que disfrazan de cariño lo que en realidad es compasión.

Él no entendía por que aquella persona en quien tantos desvelos y cuidados había puesto ahora k los sueños de su hijo iban cumpliéndose uno a uno tenia que deshacerse del primer pilar que concibió, su padre.

Mario abatido y herido se encontraba a las puertas del asilo, a unos tres pasos de un mundo desconocido y asolador, dio dos pasos y paró. Su mente empezó a viajar hacia el último momento que recordaba feliz. Al mismo tiempo que su mente recorría tiempo atrás los árboles de su recuerdo crecían a su alrededor, el césped era mas verde, el aire olía diferente todo se transformó hasta volver a ese lugar mágico de su adolescencia y juventud su pueblo, Patones. Un nombre ridículamente gracioso para algo tan serio que se estaba construyendo en su cabeza.

A un paso de la que seria su nueva “residencia”, Mario sintió de nuevo lo que era el cariño y la amistad aunque solo fuesen sus recuerdos. Mario no dio ni un solo paso mas recogió la aleta que esperaba sobre la acera y busco un taxi que la llevara hasta la estación de autobuses; no tuvo que esperar mucho.

Cuando llego a la estación de autobuses todo estaba mas claro nada empañaría esa sensación de autosuficiencia, porque podría ser la ultima.

En el autobús el tiempo paro de repente y todo aquello a lo que temía se esfumo, ¿Quién dijo que huir no era la solución? Soltó Mario con una carcajada y en alto, muy alto para que todos fuesen cómplices de su huida.

Aquella seria su ultima aventura pero no porque el tiempo se agotase, si no por que no tendría que arriesgarse mas desde ahora solo pediría descanso un ultimo stop a la carrera.

Mario bajo con cuidado del autobús absorbiendo con la mirada todo cambio reciente, el lugar no era exactamente como lo recordaba, para ser correctos no se parecía en nada, pero a él no parecía importarle al contrario se mostraba ilusionado con todo aquel cambio. Su mirada terminó posándose en el único lugar del que aun mantenía propiedad, una pequeña casa muy cercana al ayuntamiento y centro de todo aquel alboroto.

Su maleta reposaba sobre la mesa del comedor mientras Mario paseaba por su pueblo reconvertido pronto reconoció caras amigas, en cada paso que daba una nueva sensación lo embargaba, estaba tan lleno de vida.

Su mano que momentos antes limpiaron su cara de lagrimas de dolor ahora retiraban gotas de alegría, nunca se imagino tan bien recibido, tan acogido, tan querido. La historia de su huida fue expandida por el pueblo a la velocidad de tender la ropa en las terrazas y de la tercera copa en los bares.

Pronto la historia de Mario se vio reflejada en la de tantos otros que permanecían allí por la falta de cariño, atención y entendimiento familiar; todas las historias con un marco común la soledad, vacía, persistente y desoladora.

Las tardes de conversación en el pueblo eran cada vez más numerosas y más gente estaba interesada en solventar pequeños problemas en la vida de estos nuevos furtivos de hogares.

Todos entablaron así una especie de sociedad donde el abandono no tenía cabida donde la desesperanza tampoco y donde la soledad nunca era nombrada.

El más joven de aquella hermandad tenía 55 años prejubilado y sin trato alguno con su familia.

Todos tenían mil cosas diferentes y solo cientos en común pero eran fuertes, muy fuertes.

Poco a poco la casa del pueblo fue tomada por un grupo conducido por un bastón y sus iniciativas hacían tanto ruido y llamaban tanto la atención que eran las primeras en ser tomadas en cuenta.

La navidad llego y con ella el hijo de Mario quien golpeo la puerta de la casa del pueblo y amenazo con echarla abajo, sus gritos como ladridos de perros de nada sirvieron ahora ya no hablaba con su padre al que dejo en frente de un asilo, ahora hablaba con el presidente de un grupo de presión del gobierno del pueblo donde habita, y un hijo ilustre de donde mora.